
Hace unos años escuchaba, mientras mi hijo -entonces único- dormía en mi regazo, en la Plaza de la Catedral de Murcia una preciosa interpretación de ‘Mi Tesoro’ en la voz de una madura, dulce, sosegada y segura Soledad Jiménez que me sacudía como hasta entonces esta pieza nunca lo había hecho. Supongo que, a veces, es la experiencia lo que provoca que algo te atraviese. Esta vez, yo era, también, madre.
Así, como creo que ya he comentado en alguna ocasión, desde el momento en el que me convertí en mamá me conmueven, me impresionan y me inquietan como ninguna otra cosa las confidencias e historias sobre maternidad. Es por eso, también, por lo que siento especial empatía con paternidades frustradas y con la angustia y la impaciencia de quienes ‘esperan’ un hijo.
No olvidaré jamás, cuando una buena amiga me dio la buena nueva de que su hermano y el marido de éste, por fin, serían padres, y en tan sólo unas semanas abrazarían a su pequeña “¿Tan rápido?”, exclamé yo más que emocionada. Sin duda, el entusiasmo me nubló, entonces, el raciocinio. Más de ocho años llevaban esperando ese maravilloso momento… ¡Tremendo ‘embarazo’!
Aquello fue el comienzo de una preciosa historia de amor que he tenido el privilegio de vivir y seguir, aunque en la distancia, sintiéndome, de algún modo, parte. Ahora han ratificado esa paternidad en un juzgado que ha dado fe de la felicidad y la alegría de esta niña que, sin duda, es lo más importante.
Afortunadamente la diversidad en los modelos de familia cada vez es mas visible y, con ello, dejan de perpetuarse e imponerse roles antiguos que se quedan muy cortos para definir y recoger la realidad actual de cuidados, apoyo y cariño que reciben nuestros niños.
El amor y la protección al menor no son exclusivos de los lazos de sangre. He visto pocos ojos más enamorados que los de ‘daddy’ mientras contempla balbucear a su pequeña. Pocos abrazos más tiernos que los de ‘papá’ arropando su pequeña.
Que afecto y cariño puede haber más incondicional, absoluto e ilimitado que el de aquellos que aguardan y esperan tanto tiempo para acurrucarles. La adopción es el mayor gesto de amor y altruismo que puede hacer quien se siente padre o madre. No hay que parecerse a nadie para amarle.
Es por eso que, desde entonces, pienso en ellos cada vez que escucho “Mi pequeño trocito de vida es un ángel que viene a mí de puntillas”, sabiendo la fortuna que han tenido los tres en encontrarse. Sabiendo que la palabra familia en ellos adquiere el sentido más sublime y entregado: amor categórico, sin condiciones. Amar con el ‘Alma’.
