Noche de Reyes

Con la edad he aprendido que los bienes más valiosos que podemos atesorar son, sin duda, nuestros recuerdos. Aquellas vivencias que persisten en nuestra memoria incluso a pesar del inclemente y forzoso paso de los años.

Entre ellos, son especialmente entrañables los que guardamos de nuestra niñez, pues son los mas lejanos y remotos y los rememoramos, seguramente, con cierta neblina y confusión. Incluso, puede que con melancolía por aquellos que algún día se nos fueron. Mis Navidades jamás serán las mismas sin ellos; aunque ahora disfrute de la inocencia, la ilusión y la cándida mirada de mis pequeños.

En ese revuelo de maravillosos recuerdos que nos sobrevienen estos días encuentro anécdotas tan claras y nítidas que puedo revivir y recuperar incluso con los sentidos.

Había en el centro de Caravaca una gran tienda de decoración ‘Muebles Espallardo’ que con motivo de la Navidad colmaba una de sus dos extensas y diáfanas plantas de juguetes. Allí acudíamos los niños de aquel entonces para ultimar nuestras cartas de Reyes Magos disfrutando y repasando semejante muestrario de regalos. Nosotras solíamos ir junto a mi padre, que tenía amistad con el dueño, y nos llevaba a una en cada mano.

Entrando por sus grandes puertas acristaladas bajábamos al sótano, siempre más frío y más oscuro, por una corta y ancha escalera agarrándonos a un robusto, brillante y suave pasamanos de madera tallada. Al llegar, nos perdíamos entre filas y filas de trastos y marionetas.

Aquel año, mi hermana y yo nos encaprichamos de una enorme y preciosa casita de muñecas. Y, con la ingenuidad propia de la edad, la incluimos entre nuestros principales deseos. No éramos conscientes de que, por aquel entonces, este juguete era demasiado costoso para la situación de nuestros padres.

La mañana de Reyes, al despertar, encontramos en nuestro salón la misma casita de muñecas a penas amueblada, pues no había dinero para aquello.

Con el tiempo, nuestros padres nos confesaron que aquella Noche de Reyes se acostaron pasadas las tres de la mañana, junto a otros amigos que se les unieron, montando cada espacio y cada estancia de aquella casita para que todo estuviese perfecto. De este acontecimiento, evidentemente, no fui testigo pero lo han relatado y evocado tantísimas veces, con ese brillo en sus ojos, que siempre me he sentido parte.

Tanto es así, que hoy día, esa historieta suya es lo que más me emociona de aquel momento. Además, por supuesto, de pensar en el enorme esfuerzo que por nosotras hicieron con aquel regalo.

Con mis hijos, trato de hacer especial para ellos estos momentos. Construyendo recuerdos felices que serán, siempre, su mejor presente y obsequio.

Deja un comentario