
La representación de ‘La Libertad guiando al pueblo’ de Eugène Delacroix como alegoría de la revolución de 1980 contra del rey francés Carlos X, que supuso el fin de una monarquía borbónica de 16 años caracterizada por la represión y la persecución, es una de esas pinturas que ha trascendido al arte y a la historia y se ha convertido en icono social y popular de la lucha por los derechos y libertades, de la lucha del pueblo y la ciudadanía.
Tanto es así que este obra, pintada muchos años después de la Revolución Francesa de 1789, se ha vinculado a este acontecimiento histórico, incluso hasta nuestros días; no sin cierta intencionalidad del artista. El absoluto protagonismo de un ideal político: La Libertad, y los ‘complementos’ que ésta porta: sombrero y bandera tricolor, convierten el lienzo en un canto al nacionalismo francés y en un homenaje a la lucha que poetizaron muchas generaciones posteriores de artistas, como Delacroix.
Pues bien, vuelve a ser en Francia, una vez más, pero en la Francia de nuestros días, que el rostro de una mujer se erige como símbolo de lucha por las libertades.
Estos días hemos sido testigos de como el dolor y el sufrimiento humano pueden transformarse y corregirse sólo en aras de un bien mayor, de un bien común. No estamos acostumbrados a comportamientos y conductas motivadas por ese pensamiento global, social. Sin embargo, la cruel tragedia de una mujer se ha transformado, gracias a su valentía y enorme generosidad, en una revolución feminista a la altura de otros históricos hitos dentro de esta corriente y movimiento.
Así, mientras Francia entera y el planeta se estremecían con las atrocidades a las que Gisèle Pelicot era sometida por su propio marido y un centenar de hombres más –con el beneplácito de éste -ella, quizás en un plano moral superior al que los demás nos situábamos, decidía que su drama podía ser el punto de inflexión para que por fin “la vergüenza cambiase de bando”, para que por fin “el miedo cambiase de bando”.
En vez de sufrir en la más estricta intimidad la dureza de un proceso judicial que devastaría el ánimo de cualquier persona. En lugar de esconderse e incluso querer desaparecer para siempre, resolvió dar la cara. Dar la cara a la entrada de los juzgados en cada una de las sesiones que ha durado este mediático juicio, sin ocultar su rostro, sin tratar de pasar desapercibida.
Gisèle, con cada gesto, con cada mirada y con cada una de tus palabras has dado una lección de moral, de valentía, de grandeza y de magnificencia al mundo entero. Hoy tu rostro es icono de la lucha por la igualdad, de la lucha feminista.
Por nosotras, por nuestras hijas, por todas las mujeres: GRACIAS, GISÈLE.


