Un lugar seguro en el mundo

Hace unos días, durante el desayuno, una amiga me comentaba que su psicóloga le había recomendado que buscase su ‘lugar seguro’. En psicología este concepto se aplica a una recreación de un lugar, momento, persona o situación, real o ficticia, que reconforte, calme y pacifique tu alma. Ese espacio mental en el que sentirse ligero, libre de opresión y carga. Y así, entonces, poder volver a evocar las sensaciones propias de ese instante para garantizar (en determinadas circunstancias) nuestra propia supervivencia emocional.

Jamás me había preguntado por ese lugar en mi vida. Aunque no me considero una persona precipitada o irreflexiva, últimamente voy por la vida con tanta prisa, siempre en los tiempos de descuento, que quizás no le dedico demasiado a la introspección y al recogimiento; pero cualquiera que sea madre y/o trabajadora podrá entenderme.

Pensándolo un poco, desde entonces, siempre me he sentido a salvo ‘en casa’. Y, en este caso, refiero, concretamente, a la casa de mis padres. Ese lugar al que constantemente he vuelto, cuando me he sentido más sola, vulnerable, perdida o desorientada. Sin embargo, no creo que sea exactamente ese el concepto.

Quizás, fuese entonces la soledad. Esos espacios conmigo misma que tanto he disfrutado en el pasado. Ya sea estudiando, leyendo, en una terraza sola comiendo… Siempre he sido muy sociable, pero he necesitado y buscado esos instantes de aislamiento, de profundo silencio, incluso en medio de la rumorosa y estridente ciudad. Aunque ahora es algo difícil saberlo, teniendo en cuenta que hace exactamente cinco años –que nació mi primer hijo –que no los encuentro. Entre llantos, reniegos, rabietas y “mamás” a cada momento, quizás sí sea mi lugar ansiado, un espacio para el sosiego.

Con un mundo completamente revuelto y turbulento. Con el dolor, terror y sufrimiento omnipresentes y el odio escalando y tomando las esferas del poder siento, más que nunca, la necesidad de hallar ese escondite, ese pequeño y secreto agujero.

Más ni la soledad, ni el hogar materno logran, estos días, traerme o proporcionarme algún alivio o, al menos, un poco de consuelo.

Ha sido, entonces, en la oscuridad de la noche, y con un cierto silencio, mientras contemplaba a mis pequeños, a mi lado, durmiendo, sanos y a salvo, entre mi marido y mi propio cuerpo, cuando he sentido que ese es el verdadero sosiego, una paz y una calma nada ostentosa. Esos momentos de relativa ‘soledad’ en los que no me importa romper el sueño para ser consciente de la profunda dicha que tengo. Un lecho que sirve de amparo y refugio. Mi lugar seguro en el mundo, humilde y reconfortante.