
Nunca hemos sido de organizar demasiado los viajes, cuando se presentaba el momento hacíamos aquello que más nos apetecía. Tampoco nos ajustábamos demasiado el presupuesto y eso, sin duda, suponía mayor libertad a la hora de elegir destino y condiciones. Ahora, intentamos seguir viajando todo lo que podemos, pero el ‘modus operandi’ ha cambiado mucho. La maternidad (paternidad) altera y transforma todas las cosas, también el modo en el que desde hace algún tiempo preparamos nuestras vacaciones y nos acercamos a nuevas ciudades.
Si hasta ahora ‘cuanto más’ siempre era mejor, desde que somos padres hemos comenzado a vivir el ‘slow travel’. Cuando viajábamos ligeros de ‘equipaje’ podíamos permitirnos visitar varias ubicaciones en una misma jornada, con horarios frenéticos y sin apenas pausas. Desde que somos familia hemos adoptado un nuevo rol de turista y, al contrario de lo que yo misma podría esperar, tal vez sea ésta la forma que más me agrada.
El nuevo estilo me recuerda a algunas de las últimas películas del director estadounidense Woody Allen, quizás las menos laureadas, y aunque estarían lejos de ser mis favoritas debo de reconocer que disfruto muchísimo visionándolas una y otra vez. Son aquellas en las que las ciudades: Barcelona, París, Roma… se convierten en un personaje más. En éstas vemos, vivimos y hasta paseamos los lugares.
Así viajamos ahora nosotros, tratando de participar de la vida de la ciudad casi como un autóctono más. Para ello, intentamos optar por destinos asequibles, valorando tiempo y distancia, y apetecibles también para nuestros pequeños. Anteponemos los alquileres vacacionales a las habitaciones de hotel porque nos dan la libertad y la comodidad que buscamos. Elegimos una ubicación única -o principal – para integrarnos en su día a día, pasando de conocer o visitar una ciudad a habitarla.
Viajamos sin prisa. Disfrutando de las tardes en el parque, de los despertares pausados en nuestra nueva y eventual casa, de las panaderías y cafés del barrio y hasta de la compra en el supermercado. Y, aunque aspiramos a poder dedicar prácticamente un mes completo a una ciudad, hemos empezado con las semanas completas.
Se trata, sin duda, de aquel modo que más se adapta a nuestras vigentes circunstancias, pero también es una especie de motín contra los arrebatados viajes organizados. Contra la cultura de lo rápido, de lo impersonal y lo estandarizado. No buscamos visitas rápidas en trenes y autobuses en los que ves poco más que tráfico y fachadas.
Desde hace algún tiempo, viajamos para regalar a nuestros hijos –y también regalarnos -la experiencia de vivir en otros países, en otros pueblos y ciudades. Desde hace algún tiempo viajamos para conocer el alma de nuevos lugares.
