Retornos

Esta semana leía en el Facebook de un amigo; de esos a los que uno sigue en redes con la misma admiración y entusiasmo que lo hace en lo personal porque sus posts, que escribe con dedicación y creatividad poco habitual en esos lugares, siempre aportan e instruyen;  una afirmación y reflexión a la que yo también he llegado a una determinada edad. A una fotografía de un bodegón de desayuno con una de sus tazas favoritas, unas gafas de ver y un bolígrafo acompañaba la frase: “El mundo está bien pero mi casa es mejor”. Y la escribía después de un recorrido de varios días por lugares increíbles de nuestro planeta, lo que la hace cobrar aún más sentido.

En casa, desde el primero al último, somos fans de los viajes -como dice mi hijo -y cualquier excusa es buena para improvisar u organizar una escapada. Vivimos los días fuera de casa con intensidad, desde el momento de hacer las maletas hasta el regreso a casa que afrontamos siempre con tristeza y desgana. Sin embargo, también es verdad que vengo experimentando en los últimos tiempos que la llegada a casa, tras levantarse uno de su cama, te invade de cierto regocijo, equilibrio y serenidad. Quizás, años atrás, no hubiera dado tanta importancia estas emociones, primando la celeridad, el frenetismo y la excepcionalidad de los días haciendo turismo, pero llega un momento en el que empiezas a valorar también la moderación y la mesura.

Nosotros también hemos aprovechado estos días de vacaciones para salir en familia, una fuga un poco más modesta y adaptada a nuestras circunstancias, y hemos estado en Granada. Una ciudad que conocemos muy bien y que nos permitía disfrutar del tiempo sin prisas, sin citas obligadas y sin desasosiegos. Recreándonos en un café, un paseo o un parque.

El interés de mi hijo por todo lo pone además muy fácil para viajar y tanto se divirtió en el Parque de la Ciencia como en la Capilla Real viendo el enterramiento de los Reyes Católicos y preguntando lo más inverosímil. Además, no sabemos por qué, le hace especial ilusión lo de dormir en un hotel.

Está claro que con ellos no viajamos como antes, pero viajar sigue siendo una aventura maravillosa. Eso sí, como comentaba mi amigo Nacho, ahora más que nunca, volver a casa me produce una satisfacción enorme. Sentirme refugiada, en orden y a salvo. Volver a ese lugar que me gusta por encima de todo en el mundo: mi hogar.

Saber ver

Esta fotografía, descubrí tiempo después, fue un trueque de trabajos que el mismo hizo con la fotógrafa y profesora María Manzanera en una noche memorable, junto a otros artistas, bajo nuestro patio -entonces solo suyo -emparrado.

La instantánea procede de un trabajo experimental en el Manzanera cogió diferentes objetos y los tamizó con una diversidad de materiales, especialmente, papel de seda. Y éste objeto en cuestión es, no es tan fácil de percibir si no dedicas un mirada relajada, es un zapato de tacón. Es un cuadro moderno, poderoso en envergadura y presencia y nació de una mujer que nos acaba de dejar y que, como me cuentan, desprendía grandeza en su apariencia frágil, como de pequeño pájaro ante su primer vuelo.

María Manzanera es de esas mujeres -que tenemos unas cuantas -de las que está Región debe estar orgullosa. Discreta en muchos momentos de su vida, inadvertida en otros, pero manteniendo siempre un ritmo constante de trabajo. Mirando la vida a través de su cámara, pero no sólo en su gran fascinación por París y New York, sino también por nuestra ciudad, por la ciudad de Murcia y su huerta.  Fue recogiendo en imágenes la belleza de un paisaje que sabía finito. Nos hizo reflexionar sobre la importancia de las raíces, de la belleza que nos nutre y ata a nuestros ancestros, una belleza y riqueza tremendamente simbólica y profunda, mucho mas honda que lo que está semana de fiestas de primavera intenta ensalzar. Retrató, como nadie y bañada en nostalgia, la vida amenazada de acequias, monumentos centenarios y naturaleza. También a ella debemos un gran afán de coleccionar, conservar y difundir, fotos antiguas de nuestra tierra.

Sin duda, cuando personas así nos  abandonan, dejan una ciudad, una Región y un lugar huérfanos de algún modo; afortunadamente nos legan un futuro y una herencia en su trabajo que nos acompañará siempre.

La vida tiene estas paradojas: mientras nos decía adiós esta gran mujer, el museo arqueológico desplegaba una exposición suya que ahora recibirá más visitas de las esperadas. Y yo, en  la pared de mi casa vislumbró esa fotografía de un tacón poderoso, como la mirada de esta mujer que se ha apagado pero nos sigue enseñando a abrir los ojos.