Inmortal

Mi padre habría cumplido 71 años este pasado 30 de noviembre. Sin embargo, hace ya más de ocho años que nos dejó. Es curioso como el tiempo disipa la mayoría de los recuerdos, mientras la memoria lucha y se esfuerza por continuar manteniendo otros muy presentes. Desconozco qué mecanismos y reglas intervienen en la selección, arbitraria o no, de lo que retenemos y lo que olvidamos, pero estoy segura de que debe haber una explicación.

De él tengo muy presente su sonrisa de medio lado mientras entornaba los ojos, un jersey de ‘cashmere’ color beige y especialmente gustoso que solía vestir los fines de semana y al que nos gustaba abrazarnos, su afición a la prensa deportiva o la aversión que tenía a las corbatas, entre otras cosas. Y, aunque no ha pasado demasiado tiempo, también soy consciente de que lamentablemente he olvidado o desdibujado muchos otros rasgos de su personalidad.

Ahora que tengo hijos, muchas veces me sorprendo preguntándome si se acordarán de las experiencias que hoy yo estoy construyendo para ellos y sobre qué es lo que guardarán en sus recuerdos de la persona que un día fue su madre.

Así hago mis conjeturas sobre si me pensarán como una mujer risueña que se maquillaba en cuanto ponía un pie fuera de la cama y empleaba labial carmín, que siempre calzaba tacones y usaba gafas de sol. O si les llamará más la atención mi colección de libros y los cientos de artículos que con los años coleccioné.  Si recordarán que me gustaba viajar y los idiomas o que, incluso, era capaz de bailar salsa.

También fantaseo con que me evocarán sentada a la mesa de mi despacho trabajado o estudiando mientras los contemplo dormidos.

Pero, sin duda, lo que de verdad espero es que perpetúen mis abrazos en la cama compartida –según el momento por los cuatro -al acabar el día mientras los arropo, y mis besos de buenos días al despertarse. Mis ‘pásalo bien en el cole’ de cada mañana. Mis noches en vela cuando caían enfermos y mis madrugadas envolviendo regalos por cumpleaños o navidades. Quiero que nunca olviden como les quiso su madre.

De este modo, y aunque yo un día no esté, quedaré inmortalizada en sus recuerdos. Esos mismos recuerdos que pelearán contra el tiempo para que yo siga siendo. Porque como dice la escritora y novelista canadiense Margaret Atwood (84 años): “Al final, todos nos convertiremos en historias”. Y yo quiero ser la bonita historia o anécdota que algún día cuenten mis ‘pequeños’.

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