Otros ojos

Canta Sabina en ‘Peces de Ciudad’ que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Sin embargo, yo me he resistido siempre a esto y tiendo a regresar a los destinos que algún día me ofrecieron algo y que, por algún motivo, me gustaron. Así, entre mis muchas repeticiones, no pueden faltar Roma, Madrid, Barcelona o Praga -deseando estoy volver a París o Lisboa, entre otras -.

Para cerrar el verano decidimos hacer un pequeño viaje y poner a prueba la logística de nuestra nueva familia de 4 miembros. Tratando de no arriesgar demasiado buscamos una opción cercana y, por supuesto, conocida. Además, pensamos que sería buena idea hacer el trayecto en tren, que permite más movimiento con los pequeños y nos despreocupábamos así de carretera y parking. Valencia fue la ciudad elegida y, aunque habíamos estado en numerosas ocasiones, la visita no decepcionó.

Es curioso como aunque vuelves a un lugar conocido la experiencia puede ser completamente diferente. En mis escapadas anteriores siempre viajé sin niños, circunstancia que, irremediablemente, lo cambia todo.

Elegimos un hotel céntrico para poder descansar, si era necesario, en el transcurso de la jornada y dedicamos un día completo al Oceanographic. Evidentemente renunciamos a las salidas nocturnas, los restaurantes de moda y las comidas relajadas, pero ganamos otras muchas situaciones que, sin duda, a nosotros nos compensan.

Salimos muy temprano. Los niños se acostaron vestidos y los metimos al coche directamente de la cama. Creímos que harían gran parte del trayecto dormidos, pero al llegar a la estación los nervios, sobre todo del mayor, no le dejaban: Iba a viajar en tren por primera vez. Y, aunque a veces puede resultar agotador, es precisamente ese entusiasmo suyo lo que nos lo hace más fácil a nosotros: todo le asombra y le interesa. Será también que lo hemos acostumbrado a acompañarnos desde pequeño casi a cualquier lugar.

Fue genial verlo entusiasmado con la subida al ‘Miguelete’, incluso a pesar del susto que llevo con el ensordecedor ruido de las campanas. Disfrutamos como niños descubriendo tiburones y viendo bailar a los delfines. Incluso se entretuvo entre las pinceladas de Soroya y contemporáneos.

Uno, por esa tendencia melancólica que a veces tenemos, quizás piensa que ha vivido los momentos más felices de su vida, pero mi último viaje a Valencia ha sido, sin duda, el mejor. Mirar con otros ojos, los suyos, me ha descubierto tanto, te hace nuevo lo que ya creías conocer.

Deja un comentario