
Alguna vez escribí -mucho antes de la canción de Shakira- aquello de ‘la mujer es una loba para la mujer’, parafraseando al filósofo inglés del siglo XVIII Thomas Hobbes y su “Homo homini lupus” al que hace referencia en la obra ‘El Lebiatan’.
Y es que, en aquel momento, atendiendo sobre todo a mi experiencia profesional y a vínculos no demasiado estrechos con otras chicas, había podido concluir que nosotras somos, por lo general, mucho más complicadas en nuestras relaciones de lo que pudieran llegar a ser entre hombres. He encontrado, quizás, más envidia, competitividad y exigencia con nosotras mismas; mientras somos bastante benévolas en nuestras pretensiones con el género opuesto. Y es una generalización, obviamente no todo ha sido así. Afortunadamente.
Sin embargo, el tiempo y la experiencia me han dejado ver, también, otra reacción propia de nuestra condición que me ha sorprendido gratamente. Si hay algo que nos hace empatizar sobre todas las cosas es la maternidad.
Desde que soy madre encuentro muchas más miradas cómplices en los rostros de otras mujeres que saben, como yo, lo complicada que puede ser la maternidad y, también, la incomprensión que, a veces, se genera en los hombres. Y es que nadie mejor que otra madre puede entender los desvelos propios de este estado.
Desde el comienzo del embarazo hasta la pubertad o adolescencia, la forma de vivirlo es diferente. Nosotras somos las leonas y nada puede cambiar eso; aunque una paternidad corresponsable puede compensarlo.
Somos nosotras las que sufrimos cambios hormonales salvajes, las que sobrellevamos, en ese estado, los efectos de un embarazo, y las que nos rompemos para dar a luz. Nosotras las que vivimos el solitario –pese a la compañía- posparto y las que soportamos la maciza carga mental de los hijos. Y no es ningún alegato feminista, ni todo lo contrario.
Pues bien, en medio de toda esa algarabía, o tropel (como diría mi amiga Esperanza), es donde he encontrado la comprensión, la condescendencia y la fraternidad más sincera incluso de completas desconocidas. Es en esa inseguridad y agitación individual que supone ser madre donde encontramos nuestra fuerza colectiva.
Esto no quiere decir, entiéndanme bien, que con aquellas ‘NoMo’ (movimiento no mother) no se pueda hacer igual, o incluso mejor, equipo; pero, a priori, la complicidad con las de esta condición es mayor.
La maternidad, así, me ha regalado momentos maravillosos con mis hijos pero, también, esas afectuosas caídas de ojos anónimos y extraños que, en determinados momentos tanto reconforman, y nuevas amistades incondicionales y exprés a una edad que no son propias.